lunes, 14 de diciembre de 2009


El aullido liviano

Bajo el perfume tenue
Labios vaporosos vuelan,
Un carnoso higo que no es higo
Ojos verdes, luminosos, sutiles
Derramada fragancia a boca,
A pálpito sanguíneo… a ese algo
Que es como un líquido caliente,
Una atmósfera en llamas,
Perdida y soporífera…
¿Es el ser desnudado?
¿Una piedra preciosa del corazón
De suavidad abierta?
Unos labios que tocan la cara
La rozan…
El abatimiento de ternura
Hace pronunciar una jerga
Que emerge hasta la boca
De desconocida profundidad
Son sicarios la linfa, el esplendor,
El ave, la luna, la profunda
Despedida del día…

el aullido nublado


El aullido nublado


Mi existencia es cual un manoseo de satén
Que canturrean como avecillas atribuladas
De lívidas tonalidades.
Cuando cabalga la luna, las avecillas dormitan
Y solo avisa el recuerdo de sus cantos.
Un recuerdo licuado y desperdigado
Que tiene exuberantes plantas de coloridos celestes
Y torrentes ambarinos y estratos luminosos…
Mi energía salmodia igual que un bosque
Silenciado sin pajarillos, entre el hechizo del crepúsculo…
¿Los himnos enmudecieron? Los himnos no enmudecen
Se trasladan… y retornan, con ritmos de anhelo.
Cada vez más atenuado cantan los gorriones…
Que gélida la agonía sabida, que áspera frialdad
Que inútil el adverso lloriqueo.
El pálpito oprime como un pequeño, tiritando…
Los pétalos escurridos se abaten…, total despoblamiento…
Y las manos no abarcan…, y los rostros no perciben…
Despejadas a la luminosidad duradera de fuegos…
Y el grito es igual, para la bifurcación sombría,
Que el aullido de un indigente empachado…
Necesitado…, de efímero canto.